El equilibrio es una de las facultades del ser humano que más cuesta mantener con el paso de los años. La última estadística es demoledora, más de 1.400 personas fallecen en España a causa de las caídas accidentales. En el mundo, la cifra es todavía más escalofriante. Algunas enfermedades relativamente comunes como el mal de Parkinson, la demencia, la artrosis y diversos problemas auditivos y visuales acentúan la falta de reflejos, lo que produce un aumento significativo del peligro de las caídas.
Pero el problema no son sólo los problemas físicos. Nuestras ciudades aún tienen barreras arquitectónicas que hacen más difícil el caminar de los ancianos por las calles. Más de dos millones de mayores tienen movilidad reducida en España, de los cuales una cuarta parte son descendientes.
Los últimos estudios indican que al menos uno de cada tres ancianos se cae alguna vez durante el año. Además, hablamos de caídas graves, ya que si es leve la persona no suele pedir ayuda para no reconocer que la necesita en cierto modo. Fuentes médicas insisten en que es necesario acudir al especialista aunque el problema haya sido nimio, ya que puede reflejar otro tipo de dolencias desconocidas hasta ese momento.
Ante la magnitud de la cuestión, hay ciertas pautas que se pueden llevar a cabo para minimizar el impacto de las caídas. En casa es fundamental que muebles y obstáculos estén identificados y alejados de la zona de paso, además de realizar ejercicio regularmente. Mientras, en nuestras calles es fundamental seguir las condiciones de los requisitos de accesibilidad para todos los peatones, en particular, enrasar todo el pavimento y evitar, en la medida de los posible, la existencia de resaltos.
Con una adecuada comunicación de los problemas y la inexistencia de obstáculos en casa y la calle, nuestros mayores pueden caminar más seguros y evitar otras dolencias.
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